lunes, febrero 23

Eduardo Kingman Riofrío

“Más allá de las manos”





Eduardo Kingman, no era sólo un pintor indigenista. Su “obra era novedosa y trasgresora, tanto a nivel pictórico como a nivel social, lo dice Trinidad Pérez, fue una realidad social y su preocupación lo llevó a tratar el tema de la clase media, como en “La visita”, “ Las mellizas”, “La noche”.

El Maestro Kingman, nació el 23 de febrero de 1913 y murió el 27 de noviembre de 1997. Hijo del médico estadounidense Edward Kingman y de Rosa Riofrío, vivió sus primeros años en Zaruma. Realizó sus estudios primarios en la ciudad de Quito y después ingresó a la Escuela de Bellas Artes.

En la escuela de Bellas Artes, el aprendiz de artista tiene como profesor a Víctor Mideros, determinando una carga intensa en la expresión visual del discípulo. La composición fue tan simple como la de seres un poco primitivos que casi llenaban el lienzo, el color fue más bien pobre, asordinado y tratado en zonas amplias de degradaciones sobrias. Sin el menor lujo cromático; peor aún con efectismo, como lo señala Hernán Rodríguez Castelo. Pero aún en las obras de esa hora de radical ruptura, “Rebeca y Eliécer” le ha enseñado el secreto de los fondos distantes extrañamente iluminados; “Eva” le ha provisto de todos los secretos necesarios para la sensualidad del desnudo; “La esposa del Carmelo” le ha dado las claves del rostro y, “El árbol de la ciencia” tan complejo y rico, le ha mostrado como dar recia expresividad a rostros tremendos.

En 1931 se radicó en Guayaquil, punto de encuentro con personajes de la literatura como Joaquín Gallegos, Demetrio Aguilera Malta, Enrique Gil Gilbert y José de la Cuadra, entre otros. En 1933 expuso con el pintor Antonio Bellolio la muestra “Barrios obreros y retratos desafiantes”, y el año siguiente presentó varios cuadros en el salón Municipal Mariano Aguilera, sin éxito, pero los envió nuevamente en 1936 y fue galardonado por su óleo “El Carbonero”, abriendo así una nueva orientación en la pintura nacional. En su obra “Los Guandos”, Eduardo Kingman desarrolla al máximo el discurso del indigenismo social realista.

De regreso a Quito el Maestro continuó pintando al indígena con más profundidad, y abordó la temática urbana con su carga mestiza, chola y popular, comenzando entonces una serie de exposiciones nacionales e internacionales. Fue calificado como el “pintor de las manos”, porque a través de ellas simbolizó la angustia, la ternura, la piedad, la impotencia y la injusticia.

Entre los murales que pintó sobresalen el del Pabellón Ecuatoriano en la feria Mundial de Nueva York, junto a Camilo Egas y Bolívar MENA, y el del Templo de la Patria, en las faldas del Pichincha. A lo largo de su carrera cosechó múltiples premios y reconocimientos entre ellos, el Gabriela Mistral, otorgado por la Organización de los Estados Americanos; el Nacional de Pintura (1946); el Mariano Aguilera (1924, 1927, 1934); y el premio “Eugenio Espejo” a las artes plásticas (1983).

Jaime Rodríguez Palacios escribió en la revista mediodía nro. 49 de la Casa de la Cultura acerca del mural que el Municipio de Loja solicitara al Ilustre coterráneo, ubicado en el Hall del Municipio de la ciudad. “El ojo del maestro acostumbrado a remirar el “camino viejo” de las cosmogonías, por donde pasan las razas confundidas en las secretas batallas de la sangre, descubren una amazonía pletórica de mágicos encantos y violencias, en donde un afiebrado sueño de riquezas vence a los saltos de espuma de la muerte, que se perennizan con enorme fuerza expresiva en este mural que mide con brochazos de luz –el unísono- la absorta y despierta epidermis de la naturaleza y la pasión de los hombres; soberbia, alta, enllamada!.

El Dr. Benjamín Carrión, en la citada revista corresponde al arte del Maestro con el esplendor de su admiración. “Me creo en jubilosa plenitud de certidumbres y esperanzas para anunciar al Arte de América que por fin nos ha nacido en esta tierra el fuerte, el rudo, el verdadero pintor que, con paciencia israelita, hemos estado esperando. En esta tierra de humanidad y color, que ilustrara su protohistoria artística con nombres serios, sólidos como el de Miguel de Santiago”

Francisco Febres Cordero, nos dice: “Tenía Eduardo unas manos enormes para su estatura. Unas manos que llamaban la atención cuando él, con esa generosidad que le fue proverbial, las tendía para que se la estrecharan sus amigos. Fueron esas mismas manos las que el entregó a los indios en sus cuadros, a los obreros en sus luchas, a las madres en sus horas de desvelo y de ternura, a la muda que cogió un ramo de flores en el campo o al niño que se puso a hacer volar una cometa.

Andrés Carrión menciona algunos de sus cuadros, El “carbonero”, un enorme cuadro que cubría la pared de la casa grande, testimoniaba –continúa- con su solitario personaje, una expresión de agotada jornada que se mezclaba con esa mirada de rabia y rencor del macizo hombre que sentado sobre las sacas de carbón producía una solitaria inquietud de temor y dolor. Más allá “La Muda de la Flor”, de formato grande, presentaba a una mujer cansada y pesada que sostenía en su mano el clavel de los sueños. El mural que pintó el Maestro en la quinta de vacaciones “La Granja”, el tema del mural “La Cosecha” reflejaba la tarea dura y sacrificada de los campesinos indígenas en la faena diaria. Pintado en la pared del comedor de la finca, los nuevos propietarios, ordenaron borrar dicha obra. Los indios compartiendo la mesa, no estaba muy elegante, comenta Andrés Carrión.

En una entrevista para Diario “El Universo” de Guayaquil Kingman nos comenta que “jamás pensó que la gente se interesaría en adquirir sus cuadros. El primero lo vendió en 20 0 30 sucres. Y se hace referencia a su estancia en el Valle de los Chillos, en San Rafael en la ciudad capital. Su casa llamada “La posada de la soledad”, un verdadero museo, donde se encontraban enmarcados los dibujos que hacía a la edad de 8 a 9 años, los cuales eran personajes de su barrio, cada uno con sus respectivos apodos, propio de la lojanidad. También se encontraban cuadros de sus amigos y beuna parte de su obra.

Kingman nació para pintar y vivió para pintar, cuando descansaba lo hacía con las yemas de los dedos, cuando reposaba, con la imaginación. Le obsesionaban las manos, buscaba su propia quirología, que está hecha de  manos grotescas, sensuales, que gritan, que callan y emergen con dolor y furia, con las palmas abiertas o con el puño impotente”

Kingman pintó por cualquier rincón que deambuló y en los más diversos géneros: acuarela, témpera, dibujo, carboncillo. Gustaba de preparar él mismo sus lienzos, muchos de los cuales son impecables. A los 80 años es un hombre con una claridad envidiable, pausado y austero en sus observaciones, las cuales reflejan a cada momento la pureza espiritual y la paz interior que lleva dentro de sí. En 1938, expone en Bogotá; en 1940 el Museo de Arte Moderno de Nueva York adquiere el óleo “Los Chuchidores”; en 1942 forma parte de una selectísima muestra de arte contemporáneo de los países andinos en el Newark Meseum de San Francisco y expone en el Museo de Bellas Artes de Caracas.

El 27 de noviembre de 1997, luego de disfrutar de un recital realizado en la Casa de la Cultura de Loja, en la que participaran Euler Granda, Alfredo Jaramillo y Jaime Rodríguez, la noche se cubrió con la noticia que desde Quito la trasmitieran; Había fallecido el Maestro Eduardo Kingman, luego de un doloroso silencio, una prudente interrogación nos dijera, nos duele, nos hubiese gustado que nuestros hijos lo conocieran, y así tus hijos y los de todos. Al día siguiente la prensa, la radio, y todos los medios de comunicación lamentaban el fallecimiento del pintor de las manos. No faltó un periódico que no llegara a las tiernas manos de jóvenes y niños, lectura tras lectura, palabra tras palabra y sobretodo pintura tras pintura, este pequeño hombre por su estatura, inició su vitalidad en el corazón de la nueva generación. Ahí quizá tarde comprendimos que el Maestro Eduardo Kingman no ha muerto, que la sensibilidad de su alma ante el dolor humano, ante la ternura de su madre y de las madres del mundo está plasmada en sus lienzos, a través de su obra el nombre de Loja, ciudad en la que nació un 3 de febrero de 1913 repercutió en horizontes distantes.

ENLACES: 
https://www.youtube.com/watch?v=CvWJGYWMY04


Bibliografía: Océano, Enciclopedia del Ecuador, pág. 754, 755, España
Revista “Mediodía” nro. 49 Casa de la Cultura Ecuatoriana.
Diario la Hora, 1 de mayo del 2000
Jaramillo, Valdivieso Paulina, Primicias Lojanas-Colegio Eugenio Espejo